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¡Qué extraño desvarío! 

(Mc 13, 24-32)

"Sepan que él está cerca, está a las puertas" (Mc 13,29). Esta es la frase "bisagra" del evangelio de este domingo. Es decir, es una frase que está uniendo dos realidades des-armoniosas que en un cierto sentido asustan: las tribulaciones que sufren los elegidos por causa del evangelio (13,9) y las tribulaciones cósmicas (13, 24-25).


Ante un texto de esta naturaleza es fácil que los más fatalistas vean el fin del mundo ya próximo cuando ven estas realidades des-armoniosas, y es lógico que nos de miedo o casi pánico, pues Jesús da en este capítulo algunas afirmaciones contundentes pero que nos indican el camino a seguir. Por una parte dice: "Cuando vean todas esas calamidades no se alarmen porque aún no es el fin" (13,7); luego dice "El cielo y la tierra pasarán" (Mc 13,31), es verdad, este mundo pasará, terminará, los cielos y la tierra pasarán, y en este sentido podemos interpretar que tendrán un fin, y respecto a este final el maestro dice claramente que nadie, absolutamente nadie, ni los ángeles, ni los cielos, ni él mismo, el Cristo, puede decir cuando será el fin, porque ese fin del cosmos cuando cielo y tierra pasarán, solo lo conoce el Padre (Mc 13,32).


Estas afirmaciones de Jesús nos dan la certeza del fin de los tiempos pero ¿qué significa para nosotros este fin del que habla Marcos el v. 7 del cap. 13? Antes de responder a esta pregunta podemos pensar lo que significa 'un fin'. Seguramente cuando pensamos a un "fin" normalmente nos da miedo, a veces hasta pánico, sea del tipo que sea ese fin, puede tratarse del fin de una relación, de un periodo de estudio, del fin de un viaje, el fin de vida de una persona, de una decisión tomada finalmente etc., pensemos a alguna situación en que hemos experimentado algún fin cualquiera que este sea. De alguna manera un fin nos provoca crisis, crisis de o por el abandono, por la despedida, por la desaparición de algo o por la no posesión etc., nos puede venir una crisis de tristeza, de satisfacción, de depresión, de autoestima... etc. 

El fin tiene una gran cantidad de significados. A veces nos resistimos a vivirlo, no queremos muchas veces un fin y esto se debe entre tantas cosas a que en el bautismo recibimos una semilla divina que nos impulsa a buscar la eternidad, a aspirar a aquello "que no pase nunca" de ahí la última palabra de Jesús: "mis palabras no pasarán... el cielo y la tierra pasarán" (13, 31).

A veces incluso evitamos pensarlo o recordarlo y aún menos queremos reflexionar sobre ello, pero pensar y reflexionar sobre ello nos puede dar sabiduría, especialmente si avivamos nuestra fe.


Nosotros los mexicanos, por ejemplo, estamos muy familiarizados con el tema del fin de la vida. Nuestros ancestros mayas veían la vida en un dinamismo completo, el nacimiento y la muerte, todo forma parte de una misma realidad, la muerte es la muerte y es el fin de la vida física pero al mismo tiempo es el inicio de una nueva vida que es otra realidad, la del mundo de los muertos porque la vida no tiene un fin, más bien comienza otra dimensión. Esta percepción de la vida vino a complementarse y enriquecerse con el cristianemos porque el Señor con sus palabras ha iluminado hasta el fondo el misterio de la vida y de la muerte, la muerte el fin de la vida física, efectivamente no tiene la última palabra porque para quien cree, quien decide creer en sus palabras que no pasarán, esta vida aunque pase por la muerte nos será dada una eternidad.

Este es un ejemplo de ese fin, pero como decíamos antes, estoy segura que tenemos un montón de experiencias de "fin" que nos cuestionan y nos sacuden. Jesús en el evangelio de Marcos 13 de este domingo utiliza algunas palabras que son fuertes por ejemplo thlipsin (θλῖψιν) que en griego indica sufrimiento, y dice en el v. 24 que después de todos esos sufrimientos, refiriéndose a las diferentes persecuciones que sufren los discípulos por causa del nombre de Jesús, otros tantos eventos dramáticos también sucederán, se trata de cuatro eventos:


el sol se oscurecerá... (akotisthésetai σκοτισθήσεται del verbo griego skotizo σκοτίζω, o sea, oscurecer); la luna no dará más su luz, (en griego fengos φέγγος o sea luz); las estrellas caerán (pipontes πίπτοντες del verbo piptō πίπτω, o sea caer) y las potencias del cielo se estremecerán según los movimientos naturales fruto de un terremoto (saleuthesontai σαλευθήσονται, del verbo σαλεύω saleuo o sea, sacudir y estremecerse). Sí, se trata de signos que indican que las potencias que están en el cielo se rompen y aparecen como signo de la transformación del cosmos que indica la venida del Hijo del Hombre, sí, serán signos del inicio del juicio final, pero antes el evangelio deberá ser anunciado a todas las naciones como dice Mc 13,10.


Pero el evangelio no es que nos quiera dar miedo, atemorizarnos o convertirnos en personas que viven con miedo en el mundo y con el terror del fin del mundo. ¡No! Jesús a través del evangelio de Marcos nos está preparando durante estas tres semanas de noviembre y a través de la Iglesia con el tiempo del adviento nos está educando y reeducando constantemente para que nos centremos en lo esencial de la vida: por una parte, que a travez de la sencilla parábola de la higuera "cuando sus ramas están tiernas y le brotan las hojas, saben que el verano está cerca" (Mc 13,28) podamos aprender a conocer en los signos de resurgir de la vida; pero sobre todo aprendamos a ver ahí al Hijo del Hombre que esta a las puertas siempre que no se va jamás, que está a nuestro lado en cualquier circunstancia, que aprendamos a ver a ese Cristo que nos está salvando, es decir que podamos leer más allá de lo que nuestros sentidos pueden percibir a simple vista, o sea que en la fealdad, en la maldad, en la desgracia de las adversidades o de las calamidades, que aprendamos a vivir la fe, que nos permite ver todo con una nueva luz: "Así también ustedes, cuando vean que suceden estas cosas, sepan él está cerca, que está a las puertas" (Mc 13,29).

La higuera es un árbol que crece por si solo en muchos terrenos y países. Surge incluso en terrenos pedregosos o donde hay muros, adaptándose muy bien a los espacios. Se trata de un árbol cuyas grandes hojas caen en otoño y comienzan a reflorecer en primavera antes que las hojas de muchas otras plantas o árboles. Es decir que, durante la primavera empiezan los primeros brotes pero indican que el verano pronto llegará y, se cubrirán de hojas, de flores y luego llegarán los frutos exquisitos, de hecho hay un refrán famoso que reza: "Por san Miguel los higos son miel", porque para el 29 de septiembre, fiesta de San Miguel arcángel, final del verano, la planta ya da los mejores frutos de sí.

Antes habrá pasado por un invierno del todo seco, árido, helado será un árbol pelado que parece muerto durante el invierno, que de hecho es el mejor momento para la poda, pero ese será su renacer, un árbol pelado y podado no podrá que brotar y dar en el verano abundantes follajes para ofrecer al final del verano sus suculentos higos, de hecho otro refrán que dice: "Años de higos, años de amigos".

La cuestión está en poder leer en que fase de la higuera nos encontramos y porqué, o sea, saber leer los signos del tiempo que rodean nuestra vida como los que rodean la higuera...


¿En que estación estamos? ¿en el invierno cuando el sol se oscurece y la luna no da luz propia?


¿qué eventos nos rodean que nos secan, nos "despelucan... nos aridecen, nos desenraizan y nos quitan la esperanza de vida"?


o ¿cuáles personas o situaciones desaparecen de nuestras vidas, caen, se oscurecen, no nos dan más luz, nos sacuden o nos estremecen como las potencias celestes que vienen mencionadas en este evangelio? 

Pero esto no es lo fundamental del evangelio de este domingo. Lo fundamental es ¿cómo vivimos estas situaciones? Porque cuando perdemos las hojas y quedamos despelucados, por causa de una enfermedad, una traición, una desilusión, un cambió, una toma de decisión, un fracaso, o cuando nos despelucaron los otros con su pecado etc. etc., etc., por la causa que sea nos llego el invierno... sentimos el fin, pero ¿es el fin?


Sí, tal vez sí que es el fin de una etapa que se lleva las hojas viejas, las que ya no nos dan más frutos, y ¿qué hacemos? ¿te quedas allí llorando porque fue el fin, porque no tendrás más lo que tenías, porque te hicieron, te dijeron, te quitaron, etc.? Muchas veces preferimos quedarnos amarillos y otoñales porque nos encanta vivir como víctimas... ¿o estamos dispuestos a ver al Maestro ahí, esperándonos? ¿estamos dispuestos a escuchar y vivir el evangelio que nos invita a ir más allá, a trascender con una mirada de fe: "entonces verán venir al Hijo del Hombre en medio de las nubes con mucho poder y gloria" (Mc 13, 26)?

Que venga entre nubes es una imagen que ya desde el Antiguo Testamento se usaba para indicar que Dios que se hace cercano a su pueblo especialmente en el desierto, es el Dios que se compromete en alianza con su pueblo, lo acompaña en el desierto, no lo abandona porque le ha prometido su presencia, su providencia y una tierra a la que lo llevará y no lo abandonará hasta que cumpla sus promesas, Ex 13, 21 "El Señor iba delante de ellos señalándoles el camino: de día iba en una columna de nube; de noche, en una columna de fuego, iluminándolos para que anduvieran de noche como de día". La nube era signo de su presencia que con la columna de nube los protege del sol queman del desierto pero sobre todo es signo de su presencia comprometida en alianza que no los/nos abandona y les/nos indica el camino de día y de noche (Ex 13,22).


Se trata pues de trabajar nuestra vida de fe, en estas semanas previas al adviento y durante el mismo, para que podamos percibir en medio de esos signos de desastre que vivimos constantemente, que pueden tratarse de brotes de primavera y de verano, brotes de esperanza. Todo depende de cuánto nos ejercitamos a vivir esa fe, de seguir la invitación del evangelio que al Señor que está a las puertas. Sí, a las puertas de cada situación, esperando que le abra, no me obliga, no me reprocha, no se va... está ahí a las puertas para ofrecerme todo lo que necesito para vivir 

Y ese estar a las puertas del Hijo del Hombre no es otra cosa que una presencia amorosa que no puede ver que nos perdamos, que perdamos la esperanza, que quedemos despelucados, áridos por los desalientos, por la falta de fe como ciegos que no vemos al Señor y los verdaderos tesoros que sobrepasaran la frontera de la muerte, porque "cielo y tierra pasarán". Y su presencia no desfallece aunque yo este dormido, no lo oiga o no quiera oírlo, no le abra o no quiera abrirle, pero él no baja la guardia,


"Yo dormía, pero mi corazón estaba despierto. Oí la voz de mi amado que me llamaba: «Ábreme, hermana mía, compañera mía, paloma mía, preciosa mía; que mi cabeza está cubierta de rocío, y mis cabellos, de la humedad de la noche" (Cast 5, 2).


Es el amor del Cristo Resucitado que no resiste pensar y vernos perdidos y condenados en el materialismo del mundo y de sus ofertas que terminan en el nada, embaucados por conseguir un bienestar mundano que seguro no nos llevaremos después de la muerte, al máximo nos pueden enterrar con el cádilac que era nuestro tesoro como una rica millonaria que así lo ordenó, o con nuestro anillo de diamantes... pero aguas no sea que vengan los ladrones de tumbas y hasta en esas nos encontremos dispuesto a dar nuestros tesoros. 

Y podemos preguntarnos y preguntarnos ¿porqué yo? como decía la canción de la semana pasada, o como dice la poesía de Lope de Vega ¿qué tengo yo que mi amistad procuras? y no encontraremos más respuesta que porque te amo, porque te quiero conmigo ahora y siempre:


¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?

¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,

que a mi puerta, cubierto de rocío,

pasas las noches del invierno oscuras?


¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,

pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,

si de mi ingratitud el hielo frío

secó las llagas de tus plantas puras!


¡Cuántas veces el ángel me decía:

«Alma, asómate ahora a la ventana,

verás con cuánto amor llamar porfía»!

¡Y cuántas, hermosura soberana,

«Mañana le abriremos», respondía,

para lo mismo responder mañana!


Es por ello que está ahí a las puertas, dispuesto a que entremos en esa dimensión de la fe que nos permiten entrar en el Reino donde los verdaderos tesoros no pasan: "Yo reprendo y corrijo a los que amo. Vamos, anímate y conviértete. Mira que estoy a la puerta y llamo: si alguno escucha mi voz y me abre, entraré en su casa y comeré con él y él conmigo. Al vencedor lo sentaré junto a mí en mi trono, del mismo modo que yo, después de vencer, me senté junto a mi Padre en su trono. El que tenga oídos, oiga este mensaje del Espíritu a las Iglesias" (Ap 3,19-22).


¡Señor que seamos de esos que tienen oídos y oyen! ¡Que no hagamos oídos sordos a tus palabras que son las únicas que no pasan!


¡Qué no viva de las palabras que pasan, de las palabras no permanecen! ¡Que viva de la Fe en el Hijo de Dios que me amó y dio todo por mi! (Sal 2,20)


¡Aumenta mi fe y ayúdame a trabajar en mi mism@ para aumentarla para poder descubrir tu presencia amorosa que me sostiene en las pruebas más difíciles de la vida, cuando me sienta abandonad@, desvalorizad@, olvidad@, desacreditad@, si llega la enfermedad, la viudez, la ancianidad! cuando llegan las persecuciones o cuando mis potencias naturales me abandonan!


¡Que pueda ver los signos y pueda palpar tu presencia en un mundo violento que olvida tus palabras!


Que pueda escuchar que estas a la puerta y llamas con tanta delicadeza, que estás esperando que te abra aunque estén helados tus cabellos por el rocío del invierno, porque no temes pasar las noches oscuras y frías de mi indiferencia y no cesarás de estar ahí porque quieres entrar, cenar conmigo, hacer en definitiva de mi corazón tu morada y poner ahí tu trono haciéndome sentar en él contigo y junto a ti!


Y sobre todo ablanda mis entrañas duras con tu presencia, que se rompan los soles potentes y las lunas con luz propia, las estrellas fijas a las que me agarro y las potentes figuras cósmicas en las que me apoyo pero que opacan tu presencia en mi vida.


Cantamos y suplicamos

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